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martes, 26 de noviembre de 2013

Chocolate


Tal vez la mejor forma de empezar algo así es decir que "el chocolate viene del cacao, que es un árbol. Por ende, se lo puede considerar una planta. Entonces, el chocolate cuenta como ensalada". 
Pero no, puede que no sea la mejor manera de comenzar la escritura sobre un manjar tan exquisito como lo es el chocolate: la más sublime de las delicias, tan suave y a la vez tan fuerte que solo un dios podría haber creado algo así. Cómo se funde en la boca, cómo ese toque amargo se desliza por la garganta y va a parar a tu paladar, y como la conjunción de algún otro elemento -tal vez unas frutillas, un poco de menta o unas almendras- solo logra potenciar el sabor. 
Otra buena opción para hablar del chocolate es nombrando sus propiedades terapéuticas: el chocolate sana el alma, por eso se le suele ofrecer a la gente cuando está triste. También dicen que es bueno para el corazón, para el cerebro y para el celibato. Sí, como lo lee: este dulce postre produce el mismo placer que el sexo, así que si no tiene pareja, pruebe a comer chocolate. Eso sí, nunca en exceso, porque los excesos son malos, aunque por una vez en la vida el chocolate no está reñido con el concepto de buena salud. 
Podemos dejar de lado todas estas cosas, y pasar verdaderamente a los instintos más bajos y carnales: la imposibilidad de parar, la adicción que genera comerlo, especialmente en esos días en que las mujeres estamos hinchadas cual globo aerostático y tan doloridas que nuestra capacidad de ser alegres y amorosas se ve disminuido a menos quinientos.
Lo lindo de dejar derretir un cuadradito de chocolate sobre la lengua, y tener que tomarse un vaso de agua inmediatamente después. Lo lindo de compartir un chocolate a las tres de la mañana frente a la Rambla. El erotismo que se desprende luego de haber comido algo con chocolate y que alguien intente sacarte una pequeña mancha en la comisura de los labios -con la mano, o robándote un beso-. 
El chocolate es algo mágico, casi religioso. Una vez fui a un museo del chocolate -porque sí, se merece un museo-, y aprendí que cuando los españoles descubrieron el cacao, ya asentados en América Latina, comenzaron a dar chocolate caliente durante las misas. Y un osado cura dijo que la gente no tenía fe, solo iba a presenciar el sacramento por poder beber una taza de esta delicia. Se negó a que el chocolate entrara en su Iglesia, y con ello perdió adeptos y también la vida. ¿Cómo? Cuando unos cuantos fieles decidieron envenenarle el chocolate caliente...

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