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lunes, 3 de octubre de 2011

Esto es la Tierra


Mientras en Arabia Saudí una mujer se atreve a recurrir una sentencia que la condena a diez latigazos por haber conducido un coche, aquí las mujeres cada vez se desvisten antes. Y aunque la crisis sigue azotando, no es que las púberes no tengan dinero para comprar ropa, sino que la modernidad de este mundo indica que una mujer atractiva, a diferencia de lo que piensan los árabes, es la que más desnuda va.
Desnudos deben sentirse Rubalcaba y Rajoy, hombres de la R (de reputación, de reclamos, de rectitud, de ruido…), a poco más de un mes de enfrentarse a su destino. ¿Quién vencerá en una carrera en la que el premio por llegar a la meta es un país que se cae a pedazos, que no sabe a dónde ir? Ya ni falta me hace decir, lo ilógico que parece el mundo hoy.
Tal vez porque estamos esperando el fin del mundo pronosticado por los Mayas para finales del año que viene, que somos cada vez más obesos, menos cariñosos y más desesperanzados. A los grandes no les interesa trabajar para llegar a viejos sin nada, y a los niños no les gusta estudiar, porque el esfuerzo está infravalorado en un mundo en el que quien más gana es el que parece más idiota.
Estados Unidos ya no es triunfador, mientras que los prolíficos chinos y los alegres brasileños parecen ser la nueva esperanza para un mundo en el que Europa vuelve a sus orígenes, con la diferencia de que ahora, es una mujer regordeta la que tira del Viejo Mundo para que siga funcionando más o menos mal. Llega Internet a la zona de los velos, para que decidan liberarse de sus prisiones (las reales y las imaginarias), aunque eso les venga saliendo más mal que bien.
Sin embargo, el mundo sigue siendo más o menos igual: los niños de África siguen muriendo de hambre y enfermedades para las que podemos encontrar cura, mientras que los niveles de desnutrición en Hollywood pronostican que la moda de las costillas viene para quedarse, al menos, una temporada más. Gaza sigue siendo Gaza, y Palestina pide que se la reconozca como un Estado soberano, en un momento en que la unión haría la fuerza, pero nosotros seguimos empecinados en dividirnos más. Mientras unos pocos estudiaron el engaño, y se secan con billetes de 100 dólares, los engañados son millones, la mayoría no poseedores del gen islandés de la verdadera revolución, la pacífica y ordenada, la que busca un verdadero bien común. Y un presidente negro no cambia nada, mientras Guantánamo sigue siendo una cárcel de inocentes, y los pobres no tienen derecho a enfermarse.
El mundo sigue igual también para lo bueno, por suerte: las personas se siguen enamorando, y de ese amor aún nacen frutos de mejillas redondeadas y llantos ensordecedores. De entre tanta alienación informática, logramos que personas que se encuentran, sin quererlo, a miles de kilómetros, puedan sentirse en la misma habitación. Y nos culturizamos aprendiendo que chévere es guay, y que la mousaka, esa lasaña de berenjenas de los griegos, es de los platos más gustosos que se pueden encontrar. Porque en un mundo tan extraño y tan igual, seguimos permitiéndonos ser, al menos media hora al día, felices.