Política, economía, sociedad, amor, vida y muerte. ¿Algo más? También.

jueves, 5 de mayo de 2011

Yo tenía ocho años, y no sabía nada sobre el amor. Estaba muy lejos de los conceptos que tiempo después empecé a manejar. Podría haber sido raro, pero no lo fue. Lo tomé con una simple curiosidad que a ratos me carcomía. Pero no dejaba de ser una bonita sensación que, a medida que aumentaba mi edad, permanecía más tiempo en mí. En mi sueño con el hombre misterioso, a quien veía, escuchaba, olía, rozaba, sentía perfectamente, y de quien luego solo recordaba sus ojos, era feliz. No era yo, o tal vez sí. A veces veía la situación desde mi cuerpo, otras tenía unos segundos para contemplar la escena desde fuera. Me acuerdo de mi edad en el primer sueño: 24 años. 
Ese era el hombre que me acompañaba en el camino, con la promesa del amor más sincero y real del mundo. En cada pequeño gesto se reunían demasiadas cosas, algunas que logré entender cuando mis emociones se desarrollaron: cariño, comprensión, complicidad, pasión, alegría, armonía, amor, calma, sinceridad, autenticidad, dulzura, simpleza, calor... tantas cosas que parecen complicadas, y sin embargo, en el sueño eran simples de conjugar.
El sueño se repitió a lo largo de los años. No pasaba nada extraordinario: no era la boda, no era el nacimiento de un hijo, ni la luna de miel... a veces estábamos en un parque, otras, caminando por la calle, dirigiéndonos al super. Una vez, la última vez, hace poco más de un año, abríamos la puerta de una casa, de nuestra casa, y entrábamos al recibidor. Hoy me río, porque hace no mucho, él me dijo me gustan los muebles de madera, y justamente eso había, junto a un espejo enorme, en esa casa.
Justamente esa vez, y aunque cuando desperté, como siempre, no recordaba su cuerpo, supe que lo había tenido enfrente de mí: era ese hombre que había logrado ponerme nerviosa la primera vez que nos vimos, por una decisión que llevó una milésima de segundo y entrar en un ascensor. Era la persona que más rápido se había ganado mi reservada confianza, y quien, alguna vez dijo y le dije, al poco tiempo de conocernos, que me era familiar. Era con quien siempre tenía tema de conversación, y con una persona que, a los pocos meses de conocerlo, me pasé horas en un Peugeot, mirando el mar sin apenas hablar, empachados de helado, y sin sentirnos incómodos. Y ahí comprendí todo...
Hace muy poco que estamos físicamente juntos, pero hace muchos milenios que tu alma está con la mía. Hoy se cumple una fecha, escrita por nuestras vidas mortales, como el comienzo de algo que empezó mucho antes. Hoy, como casi todos los días, te lo digo y te lo amplío: me haces muy feliz. Contigo siento cariño, comprensión, complicidad, pasión, alegría, armonía, amor, calma, sinceridad, autenticidad, dulzura, simpleza, calor... y muchas otras cosas, difíciles de expresar con palabras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario